viernes, noviembre 14, 2014

LA TOMA DEL BALUARTE DE ALIAGA


LA 1ª GUERRA CARLISTA (1833-40) EN ARAGÓN
Esta zona de Aliaga había quedado reservada por lo visto para O´donell, que salía de Teruel el 3-IV-1840 a establecer su cuartel general en Campos, a una legua de la plaza de Aliaga. Las lluvias temporales de aquellos días retrasaron la llegada de la artillería hasta el 11.
Aliaga, como perteneciente a los caballeros de S. Juan estaba muy bien conservada en sus 3 recintos antiguos, añadiéndose obras nuevas, que habían puesto a punto una de las mejores plazas. Componían el fuerte: la 1ª defensa, una muralla gruesa con 12 tambores circulares y 1 cuadrado que cruzaba los fuegos; la 2ª la formaban otra muralla con torres cuadradas, que se comunicaban; y por fin la 3ª defensa era el castillo de dos fuertes torres que se levantaban sobre roca para dominar su recinto, los patios delanteros.
Era inaccesible por las rocas que lo rodeaban, menos al N. que cerraba el paso un ancho foso.
Lo defendían 400 hombres bajo el bravo jefe Fco Mucarulla. Malas noticias llegan, descalabros carlistas en su alrededor. Pero el honor y amor a su causa les hará batirse fieramente tres días.
O´donell, una vez montada la artillería, la mañana del 13 ordenó el fuego, que duró hasta medio día, derribando las defensas de los primeros recintos aquella tarde, con el sordo y atronador cañoneo, que duró hasta la noche.
El día 14 siguió la destrucción de aquellas murallas. Cuando al llegar O´donell intimó la rendición, contestando los bravos carlistas: “victoria o muerte”. Siguió redoblado el fuego. Una batería de obuses de montaña, a caballo de las peñas de la Ombría, arruinó más y más aquellas defensas y batía un torreón cuadrado del extremo derecho del fuerte atacado.
Noche dantesca, no por el fuego de la batería, sino por olor pestilencial de las pieles de las reses, con que se habían alimentado, que servían para abrigar a los heridos. Metidos estos en subterráneos, sin ventilación, hubo que dormir (si fuera posible), los vivos junto a los muertos y a los heridos. Gemidos desgarradores pidiendo confesión, te helaban el corazón. No puede dejarse morir sin capellán, a quien le enseñaron las llamas del infierno.
Día 15.-Encerrados ya en el último reducto del castillo, el fuego de las baterías hacía caer trozos del de las torres, mientras facilitaba el acceso por los patios. Es el momento de los minadores e ingenieros. Bajo la lluvia de balas, granadas y piedras de las torres, a sus pies avanzan los minadores con su bravo capitán Clavijo, que intenta abrir una mina. Pese a cubrirles la artillería, que no cesa de vomitar metralla sobre los sitiados, éstos desafiando las balas y proyectiles, a pecho descubierto, de tal forma asan a balazos a los minadores, que se ven obligados a retirarse ante la heroica muerte de su jefe Clavijo y 4 compañeros y otros heridos con el Tn. Espinosa. Tal era la desesperada defensa que inutilizó los esfuerzos del Ten. Cor. de ingenieros Ubiña, que trataba de proteger con más fuerzas los trabajos de su arma.
Situación crítica e insostenible la de los carlistas: Uno, alcanzado por un proyectil, caía en el vacío; cuadros espantosos, de los que caían entre escombros con penetrantes gritos de dolor y de rabia. Las bajas iban in crescendo. Al bajar los heridos al sótano, este moribundo te pide: “Cura”. Otro llamándole por su nombre “un poco de agua”. Ayes profundos, maldiciones, desesperación.
Sentimientos humanos vencen al titán que llevan dentro y algunos en un momento de debilidad como aterrados, gritan: “Cuartel, cuartel, mi comandante, parlamento antes que seamos todos víctimas”.
De pronto el bizarro Macarulla reprende y quiere imponer la disciplina con su sable. La tropa se suma a éstos antes que obedecer a su jefe.
Llama a sus oficiales vivos y todos aconsejan capitular, ante lo inútil de resistir por si logran se les perdone la vida. Y dice Macarulla:
--Vacilé un momento, porque me parecía imposible que sucumbir; pero tanto me suplicaron que mandé tocar parlamento”. Quedaban 100 hombres disponibles.
Enmudecieron todas las baterías. Imposibilitado el jefe ordenó saliera el Mayor de la plaza. Era el 16 de abril.
O´donell airado no lo escuchó, exigiendo al Jefe. Apoyado por dos oficiales se presentó Macarulla, al que increpó su tozudez y terquedad, que había provocado más sangre. Contestó secamente el valiente comandante “Siento muchísimo no haber podido cumplir con mi deber y como lo exige el honor militar”. Ante su petición de salir con todos los honores con su tropa, solo se le prometió la vida y curar a sus heridos. Sin aceptar, rogó le concedieran un cuarto de hora para consultar con sus oficiales. Concedida esta gracia, volvió al castillo, pero la confusión y el desorden de todos le obligó a sucumbir, y entregarse a la generosidad del vencedor. Que fue eficaz, garantizando la vida de unos valientes.
BALANCE
Los defensores sumaron 43 muertos y 67 heridos graves, y con contusiones que les ponían fuera de combate 190, quedando sólo 100 dispuestos.
Mientras los cristianos tuvieron cien fuera de combate, entre los heridos graves el valiente comandante Saavedra, jefe de Estado Mayor. Más de tres mil proyectiles cayeron sobre las defensas de Aliaga.
Se encontraron abundantes provisiones de comida y munición, dos cañones y dos obuses.
O´donell hizo el reconocimiento del castillo, enarboló en lo más alto la bandera del regimiento del Rey habló a las fuerzas y vitoreó a la Reina.
CONSERVACIÓN DEL CASTILLO DE ALIAGA
Si Espartero destruyó el castillo de Segura y el de Castellote, convenía rehacer lo destrozado de este de Aliaga, para mantener en él dos compañías que garantizaran la seguridad en esta zona, mientras caía Cantavieja.
O´donell permaneció con todo su ejército en Aliaga, hasta el fin del mes de abril, por nuevas y abundantes nieves y lluvias, que imposibilitaba cualquier operación. Dejó parte de sus fuerzas en Fortanete, y con el resto avanzó por Camarillas, Aguilar y Monteagudo contra Alcalá de la Selva, donde se repitió, en valor y estrategia, otra página gloriosa.
Fuente: Historia de Aliaga y su comarca. Autor: Pascual Martínez Calvo